A menudo hablo con familias anfitrionas que están alojando (o han alojado ya) a estudiantes extranjeros de intercambio que me hablan de sus experiencias. Siempre comentamos lo qué supone para los hijos de la familia la convivencia con personas tan diferentes a nosotros, con costumbres y maneras de vivir tan alejadas de las nuestras. El valor intangible que supone proporcionar a los hijos la experiencia de ser familia anfitriona.
Multiculturalidad: diferentes formas de vida.
Los españoles somos abiertos, habladores, extrovertidos. Bastante escandalosos e incluso gritones a veces, ruidosos y muy impulsivos. Tenemos la capacidad de reírnos de todo y hasta de nosotros mismos. Todo lo celebramos en torno a una mesa con comida –y bebida- con abundantes risas. Nos encanta trasnochar si no hay que madrugar al día siguiente. Sacamos a los niños de noche en verano y hasta a los bebés en su cochecito mientras los padres cenamos o salimos a dar un paseo.
El clima nos permite ser más de exterior, de reuniones, de terrazas, de celebraciones y fiestas.
Los estudiantes extranjeros que llegan son mucho más introvertidos. Son más callados y silenciosos. Tanto, que a veces lo interpretamos como que no están cómodos.
Sus horarios son diferentes. Cenar a las 9.00 de la noche ya les parece una locura, cuando aquí hay quien cena mucho más tarde.
No conciben un niño pequeño o bebé fuera de casa más tarde de las 8.00 de la tarde. Y no entienden nuestros horarios, costumbres, fiestas, comidas familiares, reuniones y eternas sobremesas.
Les agobia nuestro ruido. Les agota nuestro ritmo.
Aprender de la experiencia de ser familia anfitriona
Ahí está lo interesante de la convivencia multicultural que proporciona acoger estudiantes extranjeros en casa. Todos aprendemos del otro. Y, lo más importante, aprendemos que lo nuestro no es lo mejor, ni lo peor. Sencillamente, es diferente.
Cada cultura tiene lo suyo. Somos diferentes y a la vez iguales. Todos compartimos los mismos deseos y esperanzas. Todos buscamos nuestros caminos y, al final, los recorremos de igual manera, aunque con mayor o menor ruido.
La experiencia de ser familia anfitriona nos permite aprender desde la diversidad. Vivir y experimentar la diferencia y la “rareza” de lo desconocido. Y vivir la experiencia de convivir con gente que no “encaja” en nuestro esquema mental de inicio, nos hace más tolerantes y más abiertos.
Nos prepara para un mundo global en el que nos movemos por diversos entornos. Trabajamos con personas de diferentes culturas y procedencias. Y tenemos claro que esto será aún más importante en el futuro cercano.
Disfrutar de la experiencia de ser familiar anfitriona nos abre a un mundo nuevo. Nos hace ver las cosas con otros ojos. Nos permite entender, empatizar y apreciar otras formas de entender el mundo, la vida e incluso las pequeñas cuestiones cotidianas.
Si, además, tienes hijos, la experiencia de ser familia anfitriona es un regalo que les permite entender desde niños (o jóvenes) lo que otros hemos tenido que esperar años para entender: que todos somos iguales en nuestra diferencia y diferentes dentro de la igualdad.
¿Al final qué es la vida, si no un cúmulo de experiencias ?